domingo, diciembre 14, 2014

 

La sospecha

Resulta que dentro de la casa había otra casa. Varios descubrimientos arqueológicos en México dan cuenta del sistema constructivo prehispánico donde un edificio era crecido con una nueva superficie, como estas muñecas rusas llamadas matrioskas.

 

Esta práctica de nuestros antepasados sirvió para que muchas construcciones quedaran ocultas a los conquistadores y no fueran destruidas; también simboliza un rasgo cultural que nos caracteriza: la dualidad, ocultar la real intención, la simulación, la máscara que esconde el verdadero rostro.

 

En nuestro código cultural arrastramos la sospecha, también el ocultamiento. Éste nutre a aquélla. Ocultamiento y sospecha alimentan un círculo por donde transitamos, lo hemos practicado por siglos, no nos extrañe que sea parte del modus operandi del sistema social y político mexicano.

 

Durante la Colonia las prácticas religiosas prehispánicas sobrevivieron gracias al ocultamiento, cuyo código devino en una necesidad primaria: sobrevivir. Aprendimos a ocultar para sobrevivir, pero como es natural, dimos a la sospecha denominación de origen.

 

Octavio Paz escribió en "El Laberinto de la Soledad": "Esta conducta, legítima en su origen, se ha convertido en un mecanismo que funciona solo, automáticamente. Ante la simpatía y la dulzura nuestra respuesta es la reserva, pues no sabemos si esos sentimientos son verdaderos o simulados". Este mecanismo funciona solo, precisamente, por ser parte de nuestra cultura.

 

Dice Sara Sefchovich en su espléndido libro "País de Mentiras": "Nuestros poderosos no podrían mentir si no fuera un código y una práctica socialmente compartidos, socialmente aceptados y firmemente establecidos que permiten que las cosas sean así".

 

Las influyentes publicaciones The Wall Street Journal y The Economist (ésta bajo el sugerente título "La hipoteca turbia") han puesto en la mira la enajenación que el Secretario de Hacienda, Luis Videgaray, tuvo con una de las empresas del controvertido Juan Armando Hinojosa Cantú, de Grupo Higa, lo que muchos han calificado como una operación gemela a la Casa Blanca mexicana, propiedad de la esposa del Presidente. El asunto, como era previsible, ha enardecido más el ánimo social.

 

Más allá de las explicaciones de la Primera Dama y del Secretario de Hacienda, la sospecha emerge de la misma manera que los templos enterrados salen a la superficie mientras se hunde la Catedral Metropolitana en el centro histórico de la Ciudad de México.

 

Esta "nueva" casa pone énfasis en la primera. Seguramente se trata de operaciones legales, jurídicamente bien hechas y dentro de parámetros de mercado, pero, en lo referente al tema de un potencial conflicto de intereses, hay dudas, y no habrá conciliación con el ánimo social hasta que no haya transparencia.

 

Mover a México empieza por erradicar la sospecha, establecer hasta dónde se puede hacer algo jurídicamente sin mancha, pero éticamente vulnerable. Nuestra confianza transita un camino minado de sospechas.

 

Algunas piezas arqueológicas, labradas de un solo lado, sobrevivieron gracias a que nuestros antepasados pusieron el rostro boca abajo (más que con la intención de esconder, de venerar a la tierra). Hoy las podemos admirar porque fueron desenterradas.

 

Mover a México equivale a desenterrar al País, sacar las cosas a la luz. Hoy que la credibilidad del Presidente y de su Secretario de Hacienda están bajo sospecha, el cambio reformador que impulsan pasa por construir confianza.

 

Ellos deben ser los primeros interesados en esclarecer las cosas y someterse a una comisión de la verdad que tenga probada credibilidad. Una nación civilizada no condena antes de saber, pero hemos aprendido que la sospecha es la antesala de la verdad.

 

Daniel Sada lo escuchó en una estación de camiones e intituló una gran novela: "Porque Parece Mentira la Verdad Nunca Se Sabe". El nombre parece factura bajo pedido. Si el Gobierno del Presidente Peña Nieto insiste en lubricar al País con el engrudo de la duda, sabrá que la sospecha es un potente freno para México.

 

Eduardo Caccia

 

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