domingo, febrero 14, 2016

 

El gran desajuste

Charles Dickens, el gran autor británico que relató la enorme dislocación y empobrecimiento que representó la Revolución Industrial, comienza "Historia de Dos Ciudades" con su extraordinaria perspicacia:

"Fue el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría y también de la locura; la época de las creencias y también de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas. La primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo teníamos, pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo, y nos extraviábamos por el camino opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual, que nuestras más notables autoridades insisten en que, tanto en lo que se refiere al bien como al mal, sólo es aceptable la comparación en grado superlativo". La historia se repite.

 

El gran tema del mundo en los últimos lustros es, nuevamente, el gran desajuste: la realidad avanza mucho más rápido que la capacidad de los Gobiernos y las instituciones de adecuarse. La tecnología provoca grandes cambios en la economía y las familias, dislocando empresas, fuentes de trabajo y modos de producir, consumir y vivir.

 

Así como la revolución industrial destruyó millones de empleos agrícolas, la revolución digital está alterando el statu quo en todos los frentes. Quien visitó alguna fábrica hace tres o cuatro décadas y lo vuelve a hacer en estos días notará una obviedad: la producción crece exponencialmente, pero no así los empleos. Hace medio siglo se requerían dos trabajadores por telar; hoy un solo empleado, manejando una computadora, es responsable de hasta 10 mil telares. El impacto social es evidente.

 

Dos cosas resaltan de observar la evolución de la industria automotriz en el País, quizá la más avanzada del sector industrial. Por un lado, la habilidad que han tenido los trabajadores para remontar las deficiencias del sistema educativo con que llegaron: cursos de entrenamiento y la enorme capacidad de adaptación que es típica del trabajador mexicano han permitido elevar la productividad y competir exitosamente con el exterior.

 

Por otro lado, los procesos industriales que se localizan en el País siguen siendo, bajo comparaciones internacionales, relativamente simples. Es decir, el sistema educativo constituye un enorme impedimento a la incorporación de los sistemas productivos más avanzados del mundo, esos que vienen acompañados de los mejores empleos, los que más pagan.

 

La disfuncionalidad del sistema educativo es sólo un síntoma del problema más amplio que padece el mundo: no hay país, por desarrollado que sea, que no esté experimentando el mismo tipo de desajuste.

 

La manifestación política de este fenómeno es evidente en la derecha francesa y el populismo de Trump. Quienes se sienten atosigados por el ritmo de cambio, muchos de quienes han perdido empleos o viven con sueldos miserables son carne de cañón propicia para estos movimientos.

 

El mismo fenómeno ocurrió al inicio de la revolución industrial y no cejó sino décadas después. No hay razón para pensar que esta vez será diferente, pero eso implica décadas de dislocación, con las consecuencias que eso entraña.

 

Hoy en día existen mecanismos de ajuste (seguridad social) que permiten atenuar los costos más evidentes de estos desajustes, pero el fenómeno político no es distinto. Quizá los estragos humanos sean menos extremos, pero los impactos políticos sin duda lo serán.

 

Las personas que pierden sus empleos o que tienen empleos improductivos, inevitablemente se suman a las filas de los frustrados que animan las soluciones populistas.

 

Si a esto agregamos lo que inexorablemente tendrá que venir, la reestructuración de monstruos como Pemex, la dislocación política será enorme porque ahí no sólo se perderán empleos, sino que los perderán grupos sociales y sindicatos que por décadas han sido intocables y desarrollaron toda una cultura militante y agresiva. Las reverberaciones de la quiebra de Luz y Fuerza en la figura del SME habrá sido juego de niños comparado con lo que podría venir de Pemex.

 

México está particularmente mal pertrechado para enfrentar el desajuste que viene. Tenemos instituciones débiles, un sistema de gobierno que ya de por sí era incapaz de lidiar con los retos de la era industrial y un Gobierno ausente.

 

Al mismo tiempo, ésta podría ser una gran oportunidad para transformar el sistema de gobierno y saltar dos etapas de un trancazo. El símbolo chino para crisis incorpora tanto peligro como oportunidad. La pregunta es cuál será nuestra preferencia.

Luis Rubio

www.cidac.org

 

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viernes, febrero 05, 2016

 

Tiranía mexicana

"La Constitución ha puesto en el Artículo 27 que garantiza el derecho individual del Estado, la facultad y aun la obligación de violar los artículos que garantizan los derechos del verdadero individuo". Emilio Rabasa

 

¿Quiere usted saber por qué México es pobre y hemos sufrido regímenes autoritarios durante tanto tiempo? Es culpa de la Constitución de 1917, que reemplazó a la Carta Magna liberal de 1857, y en particular del Artículo 27, que abrogó el derecho de propiedad, el derecho fundamental del individuo frente a los poderes del Estado.

 

Lo entendió desde un principio Emilio Rabasa, no el Embajador actual, sino el jurista que fue Gobernador de Chiapas, Senador y director de la Escuela Libre de Derecho.

 

El 12 de marzo de 1917 escribió a José Yves Limantour: "No es posible que subsista como ley fundamental de un país lo que establece como base de organización el desconocimiento de los derechos más elementales y la imposición de la tiranía" (José Antonio Aguilar Rivera, "La imposición legal de la tiranía"; Nexos, enero 2016).

 

El Artículo 27 fue uno de los cimientos de la Constitución liberal de 1857. La belleza del artículo radicaba en su sencillez y contundencia: "La propiedad de las personas no puede ser ocupada sin su consentimiento, sino por causa de utilidad pública y previa indemnización. La ley determinará la autoridad que deba hacer la expropiación y los requisitos con que ésta haya de verificarse". Así de sencillo. La propiedad privada era un derecho fundamental que no había siquiera que expresar. El Artículo 27 sólo establecía el caso de excepción en que por utilidad pública y previa indemnización podía expropiarse.

 

La propiedad privada ha sido siempre el baluarte del individuo ante el tirano. Cuando el monarca o el Gobierno es dueño de todo, el individuo no tiene forma de defender su libertad. "La propiedad privada", escribía Walter Lippmann, "fue la fuente original de la libertad".

 

La Constitución de 1917, sin embargo, abolió la propiedad privada. "La propiedad de las tierras y aguas comprendidas dentro de los límites del territorio nacional, corresponde originariamente a la Nación, la cual ha tenido y tiene el derecho de transmitir el dominio de ellas a los particulares, constituyendo la propiedad privada" (Diario Oficial, 5.2.17).

 

La Constitución del 17 traicionó la filosofía liberal de la carta del 57 y convirtió la propiedad privada en una simple concesión de una "Nación" representada por funcionarios y burócratas. Era imposible en ese marco jurídico construir un país próspero o evitar el surgimiento de un Gobierno autoritario.

 

Los efectos negativos del Artículo 27 los vemos por doquier en el País. Se manifiestan en la dispersión de la población en comunidades diminutas que llegaron a la punta de algún cerro incomunicado porque ahí les repartió tierras "la Revolución". Esas comunidades no pueden tener servicios como electricidad, agua entubada o vías de comunicación en razón de su aislamiento, pero tampoco pueden mudarse porque perderían "su tierra", la cual no pueden vender porque no es propiedad privada, sino ejido.

 

No sorprende que la pobreza extrema en nuestro País se concentre en las tierras ejidales. Si bien la reforma agraria dio parcelas a millones de mexicanos, no lo hizo en propiedad privada, sino en ejidos comunales en los que se ha restringido el derecho fundamental de vender. La productividad de los ejidos es, como podía esperarse, muy inferior a la de las tierras privadas. El control lo detenta un comisario ejidal que ejerce poderes dictatoriales con el mandato de una asamblea.

 

Hoy el Gobierno festeja los 99 años de la constitución del 17. El año que viene, en el centenario, habrá grandes celebraciones. Nadie se atreve ya a decir lo que Emilio Rabasa entendió hace un siglo: la abolición de la propiedad privada es la imposición de la pobreza y de la tiranía.

 

Sergio Sarmiento

www.sergiosarmiento.com

 

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