martes, agosto 29, 2017

 

Por qué mi voto es contra López Obrador

Andrés Manuel López Obrador puede ser Presidente de México en 15 meses. Tiene los suficientes partidarios para que, en una elección dividida entre tres o cuatro candidatos fuertes, gane por un margen estrecho con un tercio de los votos (o incluso menos). Hoy su situación es similar a 2006: el puntero que sólo debe mantener el ritmo para llegar primero a la meta. Nacido en 1953, el año que entra alcanzaría la edad de retiro. Sabe que es la última oportunidad, y evidentemente hará lo imposible para que la tercera sea la vencida.

 

Ante la corrupción del gobierno peñista, la peor desde el triste sexenio de José López Portillo, López Obrador brilla por su llamada austeridad republicana y sus constantes llamados contra el hacer riqueza privada con el dinero público. Ante la matazón que de nuevo repunta y mafias criminales que parecen imparables, sus ofertas de tranquilidad implican para algunos (rememorando una de sus frases) un rayo de esperanza.

 

¿Por qué no? Para los decepcionados del PRI y PAN, surge la opción de Morena. Miguel Ángel Mancera se encargó, con una administración (es un decir) decepcionante lograr lo que parecía imposible: reducir el brillo del partido del sol azteca en la capital. Morena hoy eclipsa el PRD, y todo indica que en 2018 el fenómeno será total. Pareciera que 2018-2024 será el sexenio de AMLO.

 

Si bien el “López Obrador no puede ser peor” que muchos esgrimen como argumento para apoyarlo no implica precisamente entusiasmo, hay muchas razones para temer (no tener) un gobierno encabezado por el tabasqueño.

 

Firmemente anclado en el pasado

Más que Enrique Peña Nieto (quien ha resucitado el dedazo), el tabasqueño es producto del priato omnipotente. López Obrador casi llegaba al medio siglo de edad cuando Vicente Fox venció al tricolor. No por nada se afilió al PRI en su juventud, como tantos otros: era el único camino seguro al poder. Llegó a la edad adulta con Luis Echeverría en su apogeo, esos tiempos en que México giraba en torno a El-Señor-Presidente-de-la-República.

 

López Obrador no ha evolucionado, sino que aspira regresar al Parque Jurásico priista, con su persona en el centro. Su visión voluntarista del poder es echeverrista o lopezportillista. Es cuestión de querer, que El Señor Presidente tenga un fino oído para los reclamos del pueblo, y actué en consecuencia. No es un Ejecutivo con poder delegado, sino un Padre que cuida a sus hijos o feligresía (las dos acepciones de la palabra son válidas en este caso, puesto que sus seguidores muchas veces recuerdan más a una secta que a un partido político).

 

Demoledor de instituciones

Ese visión personalista y centralista del poder explica la alergia de López Obrador a las instituciones y los contrapesos que éstas ofrecen. Una frase de AMLO es frecuentemente citada: “al diablo las instituciones”. El eterno candidato se defiende argumentando que dijo “al diablo con sus instituciones”. Lo cierto es que desprecia las instituciones que enfrenta actualmente, y el problema es que no ofrece nada que las sustituya. O, más bien, ofrece a su persona.

 

Porque AMLO no requiere de los frenos o contrapesos clásicos en todo sistema democrático, sino del poder. Quizá el mejor ejemplo de ello es su promesa que la corrupción desaparecerá de México apenas se calce la banda presidencial. Nadie robará, así de sencillo, porque su persona garantiza la honradez colectiva. El Señor Presidente no meterá las manos en la caja, y ese ejemplo irradiará hasta el más humilde funcionario municipal o burócrata tras una ventanilla. ¿Qué necesidad de hablar, por ejemplo, de un Sistema Nacional Anticorrupción, de incómodas declaraciones 3de3, cuando se tiene el ejemplo del Ejecutivo de la nación? De la misma manera, gracias a su trascedente ejemplo y políticas, la delincuencia ya no tendrá razón de ser. Un gobierno honesto y una sociedad sin crimen, todo gracias a su persona y acciones. No hace falta más, y de hecho no ofrece más.

 

Ese personalismo, esa alergia a los controles (y a la crítica, como lo muestran sus numerosos ataques a los medios de comunicación cuando lo cuestionan), la ambición por el poder unipersonal, es uno de los muchos elementos que desatan los paralelismos que se hacen entre el de Macuspana y Hugo Chávez o Donald Trump. Marcar la boleta electoral en favor de López Obrador es votar por un demoledor de instituciones que considera está librando su camino de incómodos obstáculos.

 

El cinismo y la hipocresía

Tan preocupante como su personalismo, o más, es el cinismo de López Obrador con respecto a la corrupción. Porque se requiere de un elevado nivel de desfachatez para presumir que su ejemplo la borrará cuando en su entorno inmediato la podredumbre no es extraña. Los defensores del tabasqueño argumentan, una y otra vez, que no se le puede atribuir directamente un acto que haya llevado a un enriquecimiento personal. Ello es cierto, por más que haber soportado un tren de campaña (y de gastos personales y familiares) por más de una década implique un enorme signo de interrogación.

 

Más relevante todavía es la larga fila de personajes que, ellos sí, han sido evidenciados como presuntos recolectores de dinero en nombre de López Obrador. La lista es larga, tanto en número como en cronología, desde René Bejarano con sus famosas ligas hasta Eva Cadena (literalmente un eslabón más en una cadena de presuntos y fieles recaudadores). A ello deben agregarse todos los personajes que López Obrador ha apoyado o tiene a su alrededor, y que han destacado por su corrupción. Igualmente, la cadena es larga en tiempo e integrantes, desde Gustavo Ponce (el tesorero de López Obrador como gobernante capitalino) hasta todos los que rodeaban a su candidata a gobernar el Estado de México.

 

Lo que lleva a la pregunta si AMLO es tonto, y se cree rodeado de gente honrada, o es un cínico. Es muy difícil concebir lo primero.

 

El candidato de 2006 dista mucho del actual en un aspecto: López Obrador acepta a bordo a cuanto personaje se le atraviesa. Ahí refuerza la impresión tanto de cinismo descarado como desprecio por las instituciones. Con total desparpajo recibe y presume el apoyo de personajes con pasados oscuros o poco recomendables. No importa, porque el dedo de AMLO purifica: el corrupto lo fue, pero ya no lo será, porque se ha cobijado bajo el halo del tabasqueño. López Obrador parece convencido que necesita sumar a su candidatura para asegurar esa victoria que le ha sido escurridiza, y considera el cascajo como un cimiento, no como un lastre.

 

No sólo suma, sino que ofrece impunidad a los que pueden obstaculizarlo. Una vez más, las instituciones quedan suplantadas por la voluntad. Más cuestionable que acumular cascajo es ofrecer, descaradamente, que no habrá persecución o represalias contra aquellos que se han beneficiado del poder.

 

No se trata sólo del cinismo, sino de la hipocresía. Porque transfirió sus propiedades a familiares antes de elaborar su declaración 3de3. Porque quien vive de forma claramente holgada y con ingresos poco transparentes, aparte dándose ciertos gustos muy alejados de ese pueblo al que quiere representar, no empata con el que presume de ser austero. La “austeridad republicana”, otro elemento que AMLO presenta como un pilar de su futuro gobierno, no resiste el menor análisis.

 

El analfabetismo económico

Un Presidente puede ser un ignorante en economía. Esto se compensa simplemente con el impresionante conjunto de funcionarios disponibles en muchas dependencias, destacadamente la Secretaría de Hacienda y el Banco de México. Pero López Obrador no ofrece suplir esa carencia, sino que presenta ideas concretas que muestran que, aparte del mesianismo político, lo es también económico.

 

Igualmente anclado en el pasado, el líder de Morena no entiende que la llave para alcanzar mayor bienestar material en una sociedad pasa por el aumento de la productividad. Una vez más, Luis Echeverría destaca como un elemento de referencia. Sigue considerando los recursos naturales como la clave para la prosperidad, no su transformación. La propuesta de pavimentar carreteras a mano para crear miles de empleos ya fue aplicada (desastrosamente) en el echeverrismo. Parece imposibilitado de entender que los recursos son, por definición, escasos, y que además el gobierno debe tomarlos antes de aquellos que sí producen.

 

Con esa visión económica puesta en 1975, no en 2025, López Obrador ofrece programas clientelares y asistencialistas que serían pozos sin fondo. Destacadamente, para esos millones que votarán por primera vez el año entrante, universidades para todo joven que quiera un lugar, o bien un empleo generosamente subsidiado. Como López Portillo, considera que corresponde al gobierno ser la punta de lanza a la que seguirán los capitales privados. Destacadamente, promete un par de refinerías nuevas que costarían alrededor de 20 mil millones de dólares, esto en un mundo en que Elon Musk está transformando la industria automotriz y en que sobra capacidad de refinación. Todo esto, sin que la contradicción al parecer lo moleste, bajando impuestos y con cero endeudamiento del sector público.

 

Un voto al abismo

Hay un elemento meritorio en las acciones y agenda de AMLO: están a la vista de todos. Sus propuestas son públicas, como son las corruptelas que lo han rodeado en el pasado y están a la vista en el presente. Sus ataques a la prensa son abiertos, lo mismo que sus ofrecimientos de impunidad. Su personalismo es igualmente transparente, sin siquiera hablar de la necesidad de instituciones. Esas fantasías que presenta como promesas (“cero corrupción”) no pueden ser tomadas en serio. Nadie que marque la boleta presidencial de 2018 en la casilla de Morena podrá luego decirse sorprendido por lo que ocurrirá con México si López Obrador llega a Palacio Nacional.

 

Sergio Negrete Cárdenas

 

El autor es doctor en Economía (Essex), economista (ITAM) y comunicólogo (UNAM). Profesor, Escuela de Negocios del ITESO, Investigador Asociado CEEY. Trabajó en el FMI.

 

 


lunes, agosto 28, 2017

 

Farsa, simulación y trampa

El caudillismo se consagra cuando se vuelve incuestionable.

 

Nadie le ha preguntado al dirigente nacional de Morena cómo se elegirá al candidato presidencial de ese partido. A nadie se la ha ocurrido.

 

No hay encuentro con el presidente del PRI, del PAN, del PRD que no lleve a la pregunta de la candidatura presidencial. Hasta a los dirigentes del Partido Verde los cuestionan sobre su proceso de designación. Al dirigente de Morena nadie le pregunta sobre ese asunto.

 

¿Qué método seguirá Morena para designar a su candidato? ¿Quiénes aspiran a la candidatura presidencial de Morena? ¿Habrá debates internos? Obviamente no hace falta hacer las preguntas. El partido tiene dueño y sirve a una ambición.

 

Sabemos que al propietario no le agradan las entrevistas, a menos de que sean, en realidad, halagos. Si alguien le pregunta cómo enfrentará a la mafia del poder, pronunciará con convicción una de las cinco frases que repite constantemente.

 

Tal vez se le ocurra decir que hay aves y que hay pantanos y que el lodo jamás lo mancha. Pero si algún periodista osa cuestionar sus alianzas o sus silencios, contestará indignado por la insinuación. El caudillo descalificará al periodista y le dará una lección sobre su oficio. La honestidad es cuestionar a los mafiosos, no al dechado de la virtud, sermoneará.

 

Para López Obrador no hay mexicano honesto que no sea su admirador. Quien duda de él forma parte de la mafia.

 

Lo notable, digo, es que aún en los intercambios tensos que ha tenido con la prensa, la pregunta sobre la candidatura presidencial es absurda, inimaginable. A nadie (que yo sepa) se le ha ocurrido preguntarle al dirigente nacional de Morena quién será el candidato a la Presidencia de ese partido. Nadie lo duda.

 

Todos los partidos, menos Morena, tienen baraja. En Morena hay dueño y séquito. En todos los partidos hay competencia, aunque en pocos es abierta y aún en menos, democrática. Pero podemos entretenernos con los tapados priistas, con los pleitos dentro del PAN, con la ocurrencia del Frente o con los ambiciosos sin partidos.

 

No es trivial: la pluralidad de proyectos, estilos, ambiciones constituye su patrimonio democrático.

 

En los partidos ha de haber juego, espacio para la competencia y el desacuerdo. Ha de haber también mecanismos abiertos y públicos para resolver sus controversias. Parlamentaria, tribal o cortesana, la disputa por las candidaturas es perceptible en todas las formaciones políticas -salvo en ésa que monopoliza "la esperanza de México". Esa esperanza, lo sabemos bien, depende de la victoria de un santo.

 

El proceso de Morena para designar al candidato a la Alcaldía de la Ciudad de México ha sido grotesco. Se ha elegido a una candidata sin elección alguna; se ha invocado una encuesta que no puede ser considerada encuesta; se ha designado a una candidata a la que no debemos llamar candidata. Una farsa, envuelta en una simulación dentro de una trampa.

 

No deja de ser simpático que el grupo político que más ha hecho para denigrar la práctica demoscópica, busque fundar una decisión crucial en ese ejercicio técnico.

 

Las encuestas favorables son honestas, pero las que muestran señales desfavorables al rayo de esperanza son inventos mafiosos. Encuestas cuchareadas, inventos al servicio de un cliente, propaganda.

 

Pero, más allá de la incoherencia, debe hablarse de la simulación de la técnica. Una encuesta que no hace público su método, una encuesta que no da cuenta de sus responsables, una encuesta que ni siquiera muestra sus resultados no puede ser considerada una encuesta.

 

Porque es racionalmente indefendible, la secretaria general de ese partido alude a la fe de sus militantes para justificar el secreto. Está convencida de que no tiene por qué rendir cuentas a la ciudadanía. La fe de los suyos basta.

 

"Los militantes y simpatizantes de Morena están en Morena porque creen en Morena y porque creen en la integridad de Morena y porque saben que nosotros hacemos las cosas de forma diferente". No conozco un solo militante que tenga duda del proceso, insistía Yeidckol Polevnsky, tras la farsa.

 

El argumento y el proceso mismo revelan convicciones y prácticas no solamente antidemocráticas, sino contrarias a la legalidad.

 

Aunque le pese al predestinado y sus adictos, los partidos son instituciones de interés público. La fe de los devotos no es argumento público.

 

Jesús Silva-Herzog Márquez

http://www.reforma.com/blogs/silvaherzog/


jueves, agosto 17, 2017

 

Oleada populista (¿Qué es el populismo?)

El término "populismo" y el adjetivo "populista", se usan hoy día de tantas formas, la mayoría de ellas peyorativas, que obligan a definirlos para propósitos de esta columna como las posturas ideológicas, tanto de derecha como de izquierda, que fincan sus pretensiones políticas promoviendo medidas económicas y sociales que reciben el apoyo de las clases populares, pero que carecen de bases objetivas que las haga viables y positivas para los habitantes de un país en el largo plazo.

 

"Populismo" fue usado por primera vez en Rusia en 1878 para nombrar una fase del movimiento socialista de la época, que en 1917 se materializó en la Revolución Bolchevique de 1917 en Rusia, donde se instauró el régimen socialista soviético en aquel país, extendido luego a Europa Oriental, varios países de Asia, África y hasta América, con la Revolución Cubana en 1959.

 

En América Latina, en particular, la ideología socialista se combinó con el nacionalismo, para producir lo que se fue perfilando con el tiempo como un movimiento "populista", esto es, que busca el apoyo de las clases populares, donde caben desde el cardenismo mexicano y el justicialismo peronista argentino hasta el socialismo venezolano de Hugo Chávez.

 

Con las variantes de cada caso, el populismo latinoamericano se caracterizó por su ideología de izquierda, un líder que personificaba el ideal nacionalista, un Estado rector de la economía y redistribuidor de la riqueza, y su oposición a la apertura hacia el exterior en materia de comercio y a la inversión extranjera.

 

Las políticas económicas y sociales que se derivan de esa variante populista explican, en gran parte, el atraso económico de América Latina, ya que los gobiernos de la región, por convicción o presionados por los activistas de izquierda, rechazaron las medidas económicas orientadas hacia el mercado, la apertura hacia el exterior, la mayor participación del sector privado y una política económica disciplinada.

 

Todos esos experimentos populistas resultaron en un fracaso económico. No obstante, siempre hay quienes presentan sus políticas económicas como novedosas y llenas de bondades. Esta práctica que por décadas estuvo concentrada en países pobres o emergentes, en particular en América Latina, aparece ahora en los países desarrollados, con el ropaje de un populismo de ideología conservadora nacionalista, que promete muchos beneficios para el pueblo.

 

Los ejemplos más claros de esta tendencia son el Reino Unido con el "Brexit" y el actual Presidente de Estados Unidos (EU), Donald Trump (DT), quien desde el anuncio de su campaña a mediados de 2015 planteó una estrategia basada en un nacionalismo radical con el lema de "EU primero", y la promesa de corregir el comercio exterior "injusto".

 

El discurso nacionalista y proteccionista del Brexit y de DT sigue teniendo eco al otro lado del Atlántico. Un ejemplo fueron las elecciones parlamentarias en Holanda, donde en marzo pasado un candidato populista de derecha estuvo a punto de ganarlas. Algo similar sucedió en Francia en abril y mayo, cuando la candidata de la extrema derecha, Marine Le Pen, ocupó el segundo lugar en la primera vuelta y concurrió a una segunda, ganada por su contrincante de centro izquierda Emmanuel Macron.

 

El alcance de este renacimiento populista, ahora con políticas nacionalistas y aislacionistas, tendrá más pruebas en Europa con las elecciones de Alemania en septiembre próximo, así como con la posibilidad de que un candidato de extrema derecha triunfe en Austria si hay elecciones parlamentarias anticipados en el otoño y/o que gane en Italia un populista antieuropeo en las elecciones previstas para la primavera de 2018.

 

En México no estamos exentos de esta oleada populista, que por razones históricas se concentra en activistas de izquierda. Así, el desencanto de la población por el pésimo desempeño del actual Gobierno en relación con los múltiples casos de corrupción, impunidad y violencia que agobian al país, abre la puerta otra vez al canto de la sirena que entona con mucha habilidad Andrés Manuel López Obrador, un populista a la vieja usanza latinoamericana, que seguramente será un dolor de cabeza durante las elecciones presidenciales de 2018.

 

Estoy convencido que, de ganarlas, sus políticas deteriorarán bastante nuestra situación económica, como también estoy convencido de los daños que las políticas de DT causarán a la economía estadounidense y global. El peor de los mundos, sin embargo, es que se presente la mezcla de ambos, porque sería una terrible pesadilla económica para México, de la que tardaríamos muchos años en despertar.

 

Salvador Kalifa

sakalifaa@gmail.com


domingo, agosto 13, 2017

 

¿La dictadura o la democracia? (pregunta para AMLO)

Andrés Manuel López Obrador ha sostenido que la democracia venezolana es mejor que la mexicana. (Univisión, 7 de febrero del 2017). La libertad con la que circuló esa declaración prueba lo contrario.

 

Hay otras pruebas, comenzando por lo electoral, donde AMLO pone el énfasis. Él mismo ha aparecido en más de un millón de spots que se han transmitido libremente por la radio y la televisión, promoviendo su candidatura. Esos medios y la prensa escrita lo han entrevistado con frecuencia.

 

Morena cuenta con una representación en el Senado, en la Cámara de Diputados, en los Congresos estatales y en la Asamblea Legislativa de la Ciudad de México. Morena ha recibido el financiamiento que el Estado otorga a los partidos. Morena ejerce libremente sus tareas legislativas. Morena gobierna varios municipios en el País. Morena celebra libremente sus congresos y mítines. Morena participará en las elecciones federales del año entrante bajo las reglas e instituciones de la democracia mexicana, que su presidente considera inferior a la venezolana.

 

Si López Obrador estuviera en la oposición en Venezuela, en vez de tener estas oportunidades, habría sido arrestado.

 

En una entrevista sobre el tema venezolano, López Obrador se limitó a aconsejar a la oposición "no caer en la violencia", pero no mencionó la verdadera violencia, la del régimen, cuyas imágenes atroces inundan las redes sociales.

 

En Venezuela, la Asamblea Nacional electa por más de 14 millones de ciudadanos ha sido atacada y desconocida por el régimen de Maduro, quien ha impuesto una Asamblea Constituyente con poderes absolutos, contraria a la Constitución vigente (promulgada por Hugo Chávez en 1999) y contraria también a la voluntad de la gran mayoría de los ciudadanos expresada en un plebiscito. Del mismo modo, la Fiscal General ha sido despedida para imponer una Fiscalía servil al régimen.

 

Por orden del Poder Judicial, decenas de Alcaldes de la oposición están bajo investigación penal o en la cárcel. La autoridad electoral bloqueó un referéndum revocatorio legal, postergó comicios regionales y, para coronar su obra, impidiendo toda vigilancia, infló en varios millones de votos el resultado de las recientes elecciones para favorecer a la Asamblea Constituyente, cuya legitimidad ha sido denegada por numerosos Gobiernos y organismos internacionales.

 

En Venezuela no hay televisión independiente (ni siquiera los canales internacionales) y la radio y prensa independientes sufren desde hace años el acoso del régimen.

 

Pero lo más grave es la violencia que ejerce el Gobierno de Maduro contra la ciudadanía. Las escenas de sadismo, vejación y muerte son inocultables. La Guardia Nacional Bolivariana ha reprimido brutalmente a la población que, en una hazaña sin precedentes de coraje cívico, protesta pacíficamente por la carestía, la inflación, la falta de medicinas y alimentos, y la asfixia de todas las libertades. Hasta la fecha hay más de 100 muertos, cientos de heridos y detenidos ilegalmente.

 

A pregunta expresa sobre el régimen de Maduro, López Obrador respondió con una evasiva: "Yo no conocí a Chávez, no conozco a Maduro, bueno con decirles ni conozco Venezuela. Yo soy de Tepetitán, Macuspana, Tabasco". Es cierto, pero no conocer a Pinochet ni a Chile, y provenir de esa región mexicana no le impidió repudiar en 1973 el golpe a la democracia, como tantos lo repudiamos. ¿Por qué mide con distinta vara a los dos dictadores?

 

Extrañas contradicciones de AMLO. Se declara admirador de Gandhi, pero permanece indiferente ante la resistencia pacífica del pueblo venezolano. Se declara juarista, pero el atropello a un Congreso electo y una Constitución vigente lo dejan frío. Se declara de izquierda, pero no denuncia la represión ni lo conmueve la tragedia humanitaria de los venezolanos.

 

Frente al régimen de Maduro, AMLO no puede tapar el sol con un dedo. Los múltiples defectos de la política mexicana (que sin duda existen, incluso en su partido) no pueden servir de parapeto para desviar la atención de lo fundamental: ¿está con la dictadura o está con la democracia?

 

Si AMLO no condena al régimen de Maduro, los mexicanos sabremos a qué atenernos en el caso de su triunfo en las elecciones del 2018. La definición es imprescindible si López Obrador aspira a gobernar a México, no a una fracción de México, sino a todo México. Y es imprescindible porque la gran mayoría de los mexicanos no queremos que nuestro país se convierta en una nueva Venezuela.

 

Enrique Krauze


viernes, agosto 11, 2017

 

AMLO es un peligro para México

Algunos se preguntan por qué se dice que AMLO es un peligro para México y creen que es por los nexos de corrupción y narco tráfico de algunos de sus colaboradores. Pero eso es algo que se le critica para mostrar que no es diferente al resto de la partidocracia.

 

AMLO es un peligro para México por sus ideas y propuestas trasnochadas, mercantilistas, y populistas, que con seguridad hundirían al país en una crisis económica. Su "Proyecto de Nación" no es más que un regreso a las políticas implementadas por el PRI de 1970 a 1982 y que, quienes tenemos memoria, ya sabemos en qué terminaron.

 

Además, es una persona autoritaria que no acepta opiniones, ideas, diferentes a la suya. Es intolerante a la crítica y todo aquel que piense diferente es catalogado como parte de "la mafia del poder", "pirruris", "los otros", "los enemigos del pueblo bueno". Así era Trump en campaña y así estamos viendo como resultó ya como presidente. Esos mismos rasgos de personalidad los tiene AMLO, y por eso es un peligro.

 

@danygates

 


domingo, agosto 06, 2017

 

El retorno (PRI y Morena, caras de una misma moneda)

Cuando Julio César cruzó el Rubicón, cambió la historia de Roma. Ese paso, dice Lawrence Alexander, implicó "que no hay retorno, que la república ha terminado y que cualesquiera que fueran las formas que se preservaran, la nueva realidad de Roma sería la del gobierno de un solo hombre".

 

Como en aquel momento, México entró en una nueva era en el 2012 y no es imposible que en el 2018 se cierre el círculo: consolidando el camino hacia el PRI de antaño, que tanto Enrique Peña Nieto como Andrés Manuel López Obrador representan.

 

Las similitudes son muchas más de lo aparente: para quien recuerde la noción del péndulo en el "viejo régimen", las sucesiones presidenciales, se decía, tendían a ir de derecha a izquierda y viceversa, dependiendo de la coalición que se constituía en torno al candidato ganador.

 

EPN es heredero de las huestes que, desde Miguel Alemán hasta Carlos Hank González, lideraban las posturas económicas más moderadas y, dentro de los cánones de la época, aperturistas.

 

Por su parte, AMLO es heredero de la otra tradición, aquella encabezada por Lázaro Cárdenas, Luis Echeverría y José López Portillo, que procuraba un papel preponderante para el Gobierno en el desarrollo del País.

 

Ese PRI viejo -con todas sus características, si bien no todas sus prácticas- regresó hace cinco años y podría consolidarse para convertirse en la nueva realidad nacional.

 

Con estas afirmaciones no pretendo minimizar las diferencias entre las vertientes izquierda y derecha de la era del PRI duro, ni sugiero igualar la política económica de entonces con la de hoy sino, más bien, resaltar las semejanzas.

 

Ambas corrientes conciben al Gobierno como el corazón de la vida nacional y, por lo tanto, proponen centralizar el poder, controlar a la población y a los factores de la producción, aunque con objetivos y lógicas muy distintos.

 

El Presidente Peña, anclado en una visión política del siglo 20, promovió, con enorme pragmatismo, algunas de las reformas más trascendentes para el siglo 21.

 

AMLO propone reconstruir la plataforma económica del siglo 20: fundamentada en el mercado interno, promovida con subsidios y gasto público desde el Gobierno y protegiendo a los factores de la producción de la competencia externa.

 

El punto de partida del viejo sistema, que ambos suscriben, es la necesidad de crear fuentes y motores internos de crecimiento, siguiendo una lógica de poder que se alimenta tanto por la desazón de los últimos tiempos como por la nostalgia.

 

Evidentemente, el crecimiento económico es indispensable y la promoción de motores internos necesaria, pero ninguno será posible, como le ocurrió a la administración actual, desde una visión postrevolucionaria y a-histórica.

 

El viejo sistema no se colapsó por la voluntad de una persona o un grupo, sino por su agotamiento e inviabilidad en la era de la economía del conocimiento y eso nadie lo puede cambiar.

 

La centralización que pretendió el Gobierno actual sirvió para corromper, pero no para enfrentar los desafíos estructurales que tiene el País frente a sí.

 

No le irá mejor a AMLO de llegar a la Presidencia. Su proyecto es una poesía emotiva, pero no una estrategia de desarrollo. Para comenzar, subestima el grado de apoyo popular a la apertura económica y la profundidad de la clase media en las zonas rurales.

 

En segundo lugar, la industria nacional, que presumiblemente se convertiría en el corazón de la pretendida "regeneración nacional", no tiene capacidad alguna para sustentar un crecimiento acelerado: no se puede revivir a una industria que vive al borde de la muerte y que no produce los bienes que demanda el consumidor o que requiere el sector que más crece.

 

Es, en una palabra, una falacia suponer que un país se puede replegar y, por esa vía, crecer con celeridad. Una vez dada la apertura, la alternativa es inexistente. La apertura que se dio en los ochenta fue para salvar a la industria, no para matarla. Esa diferencia es incomprensible desde la perspectiva de la visión priista de antaño.

 

El problema del proyecto de AMLO no reside en su sentido ideológico o en su objetivo de desarrollo, sino en su incompatibilidad con el México de hoy, para no hablar del mundo en general.

 

Es evidente que existen muchos rezagos y muchos más rezagados que merecen y deben ser atendidos, pero la solución no reside en rezagar a todo el País, sino en crear condiciones para que esas personas tengan la capacidad y la oportunidad de sumarse al desarrollo de manera integral.

 

La Asamblea priista debería encarar el reto de frente y construir hacia el futuro.

 

Luis Rubio

www.cidac.org


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