martes, agosto 29, 2017

 

Por qué mi voto es contra López Obrador

Andrés Manuel López Obrador puede ser Presidente de México en 15 meses. Tiene los suficientes partidarios para que, en una elección dividida entre tres o cuatro candidatos fuertes, gane por un margen estrecho con un tercio de los votos (o incluso menos). Hoy su situación es similar a 2006: el puntero que sólo debe mantener el ritmo para llegar primero a la meta. Nacido en 1953, el año que entra alcanzaría la edad de retiro. Sabe que es la última oportunidad, y evidentemente hará lo imposible para que la tercera sea la vencida.

 

Ante la corrupción del gobierno peñista, la peor desde el triste sexenio de José López Portillo, López Obrador brilla por su llamada austeridad republicana y sus constantes llamados contra el hacer riqueza privada con el dinero público. Ante la matazón que de nuevo repunta y mafias criminales que parecen imparables, sus ofertas de tranquilidad implican para algunos (rememorando una de sus frases) un rayo de esperanza.

 

¿Por qué no? Para los decepcionados del PRI y PAN, surge la opción de Morena. Miguel Ángel Mancera se encargó, con una administración (es un decir) decepcionante lograr lo que parecía imposible: reducir el brillo del partido del sol azteca en la capital. Morena hoy eclipsa el PRD, y todo indica que en 2018 el fenómeno será total. Pareciera que 2018-2024 será el sexenio de AMLO.

 

Si bien el “López Obrador no puede ser peor” que muchos esgrimen como argumento para apoyarlo no implica precisamente entusiasmo, hay muchas razones para temer (no tener) un gobierno encabezado por el tabasqueño.

 

Firmemente anclado en el pasado

Más que Enrique Peña Nieto (quien ha resucitado el dedazo), el tabasqueño es producto del priato omnipotente. López Obrador casi llegaba al medio siglo de edad cuando Vicente Fox venció al tricolor. No por nada se afilió al PRI en su juventud, como tantos otros: era el único camino seguro al poder. Llegó a la edad adulta con Luis Echeverría en su apogeo, esos tiempos en que México giraba en torno a El-Señor-Presidente-de-la-República.

 

López Obrador no ha evolucionado, sino que aspira regresar al Parque Jurásico priista, con su persona en el centro. Su visión voluntarista del poder es echeverrista o lopezportillista. Es cuestión de querer, que El Señor Presidente tenga un fino oído para los reclamos del pueblo, y actué en consecuencia. No es un Ejecutivo con poder delegado, sino un Padre que cuida a sus hijos o feligresía (las dos acepciones de la palabra son válidas en este caso, puesto que sus seguidores muchas veces recuerdan más a una secta que a un partido político).

 

Demoledor de instituciones

Ese visión personalista y centralista del poder explica la alergia de López Obrador a las instituciones y los contrapesos que éstas ofrecen. Una frase de AMLO es frecuentemente citada: “al diablo las instituciones”. El eterno candidato se defiende argumentando que dijo “al diablo con sus instituciones”. Lo cierto es que desprecia las instituciones que enfrenta actualmente, y el problema es que no ofrece nada que las sustituya. O, más bien, ofrece a su persona.

 

Porque AMLO no requiere de los frenos o contrapesos clásicos en todo sistema democrático, sino del poder. Quizá el mejor ejemplo de ello es su promesa que la corrupción desaparecerá de México apenas se calce la banda presidencial. Nadie robará, así de sencillo, porque su persona garantiza la honradez colectiva. El Señor Presidente no meterá las manos en la caja, y ese ejemplo irradiará hasta el más humilde funcionario municipal o burócrata tras una ventanilla. ¿Qué necesidad de hablar, por ejemplo, de un Sistema Nacional Anticorrupción, de incómodas declaraciones 3de3, cuando se tiene el ejemplo del Ejecutivo de la nación? De la misma manera, gracias a su trascedente ejemplo y políticas, la delincuencia ya no tendrá razón de ser. Un gobierno honesto y una sociedad sin crimen, todo gracias a su persona y acciones. No hace falta más, y de hecho no ofrece más.

 

Ese personalismo, esa alergia a los controles (y a la crítica, como lo muestran sus numerosos ataques a los medios de comunicación cuando lo cuestionan), la ambición por el poder unipersonal, es uno de los muchos elementos que desatan los paralelismos que se hacen entre el de Macuspana y Hugo Chávez o Donald Trump. Marcar la boleta electoral en favor de López Obrador es votar por un demoledor de instituciones que considera está librando su camino de incómodos obstáculos.

 

El cinismo y la hipocresía

Tan preocupante como su personalismo, o más, es el cinismo de López Obrador con respecto a la corrupción. Porque se requiere de un elevado nivel de desfachatez para presumir que su ejemplo la borrará cuando en su entorno inmediato la podredumbre no es extraña. Los defensores del tabasqueño argumentan, una y otra vez, que no se le puede atribuir directamente un acto que haya llevado a un enriquecimiento personal. Ello es cierto, por más que haber soportado un tren de campaña (y de gastos personales y familiares) por más de una década implique un enorme signo de interrogación.

 

Más relevante todavía es la larga fila de personajes que, ellos sí, han sido evidenciados como presuntos recolectores de dinero en nombre de López Obrador. La lista es larga, tanto en número como en cronología, desde René Bejarano con sus famosas ligas hasta Eva Cadena (literalmente un eslabón más en una cadena de presuntos y fieles recaudadores). A ello deben agregarse todos los personajes que López Obrador ha apoyado o tiene a su alrededor, y que han destacado por su corrupción. Igualmente, la cadena es larga en tiempo e integrantes, desde Gustavo Ponce (el tesorero de López Obrador como gobernante capitalino) hasta todos los que rodeaban a su candidata a gobernar el Estado de México.

 

Lo que lleva a la pregunta si AMLO es tonto, y se cree rodeado de gente honrada, o es un cínico. Es muy difícil concebir lo primero.

 

El candidato de 2006 dista mucho del actual en un aspecto: López Obrador acepta a bordo a cuanto personaje se le atraviesa. Ahí refuerza la impresión tanto de cinismo descarado como desprecio por las instituciones. Con total desparpajo recibe y presume el apoyo de personajes con pasados oscuros o poco recomendables. No importa, porque el dedo de AMLO purifica: el corrupto lo fue, pero ya no lo será, porque se ha cobijado bajo el halo del tabasqueño. López Obrador parece convencido que necesita sumar a su candidatura para asegurar esa victoria que le ha sido escurridiza, y considera el cascajo como un cimiento, no como un lastre.

 

No sólo suma, sino que ofrece impunidad a los que pueden obstaculizarlo. Una vez más, las instituciones quedan suplantadas por la voluntad. Más cuestionable que acumular cascajo es ofrecer, descaradamente, que no habrá persecución o represalias contra aquellos que se han beneficiado del poder.

 

No se trata sólo del cinismo, sino de la hipocresía. Porque transfirió sus propiedades a familiares antes de elaborar su declaración 3de3. Porque quien vive de forma claramente holgada y con ingresos poco transparentes, aparte dándose ciertos gustos muy alejados de ese pueblo al que quiere representar, no empata con el que presume de ser austero. La “austeridad republicana”, otro elemento que AMLO presenta como un pilar de su futuro gobierno, no resiste el menor análisis.

 

El analfabetismo económico

Un Presidente puede ser un ignorante en economía. Esto se compensa simplemente con el impresionante conjunto de funcionarios disponibles en muchas dependencias, destacadamente la Secretaría de Hacienda y el Banco de México. Pero López Obrador no ofrece suplir esa carencia, sino que presenta ideas concretas que muestran que, aparte del mesianismo político, lo es también económico.

 

Igualmente anclado en el pasado, el líder de Morena no entiende que la llave para alcanzar mayor bienestar material en una sociedad pasa por el aumento de la productividad. Una vez más, Luis Echeverría destaca como un elemento de referencia. Sigue considerando los recursos naturales como la clave para la prosperidad, no su transformación. La propuesta de pavimentar carreteras a mano para crear miles de empleos ya fue aplicada (desastrosamente) en el echeverrismo. Parece imposibilitado de entender que los recursos son, por definición, escasos, y que además el gobierno debe tomarlos antes de aquellos que sí producen.

 

Con esa visión económica puesta en 1975, no en 2025, López Obrador ofrece programas clientelares y asistencialistas que serían pozos sin fondo. Destacadamente, para esos millones que votarán por primera vez el año entrante, universidades para todo joven que quiera un lugar, o bien un empleo generosamente subsidiado. Como López Portillo, considera que corresponde al gobierno ser la punta de lanza a la que seguirán los capitales privados. Destacadamente, promete un par de refinerías nuevas que costarían alrededor de 20 mil millones de dólares, esto en un mundo en que Elon Musk está transformando la industria automotriz y en que sobra capacidad de refinación. Todo esto, sin que la contradicción al parecer lo moleste, bajando impuestos y con cero endeudamiento del sector público.

 

Un voto al abismo

Hay un elemento meritorio en las acciones y agenda de AMLO: están a la vista de todos. Sus propuestas son públicas, como son las corruptelas que lo han rodeado en el pasado y están a la vista en el presente. Sus ataques a la prensa son abiertos, lo mismo que sus ofrecimientos de impunidad. Su personalismo es igualmente transparente, sin siquiera hablar de la necesidad de instituciones. Esas fantasías que presenta como promesas (“cero corrupción”) no pueden ser tomadas en serio. Nadie que marque la boleta presidencial de 2018 en la casilla de Morena podrá luego decirse sorprendido por lo que ocurrirá con México si López Obrador llega a Palacio Nacional.

 

Sergio Negrete Cárdenas

 

El autor es doctor en Economía (Essex), economista (ITAM) y comunicólogo (UNAM). Profesor, Escuela de Negocios del ITESO, Investigador Asociado CEEY. Trabajó en el FMI.

 

 


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